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La vida de la extraordinaria polista Lía Salvo se inició el 1 de diciembre de 1987 en América, pueblo donde a temprana edad, descubrió el fascinante mundo equino gracias a Héctor, su papá, un hombre dedicado a criar caballos de polo. Al tiempo, montó un caballo por primera vez debutando con el taco al cumplir diez años. Cuando participó en la “Copa de Potrillos”, a la pequeña joya del “Namuncurá Polo Club”, ya se le vislumbraba un futuro prometedor. El padre de Lía Salvo le transmitió a su hija la pasión por los caballos, pero le aclaró que el polo era un terreno de tradición masculina, sin embargo, con perseverancia y dejando aflorar su talento en torneos internacionales, ella persiguió su sueño y ganó respeto y admiración como polista. Aunque sus progenitores preferían que se especializara en una carrera, no dudaron en acompañar de modo incondicional a esta deportista que para solventar gastos de su actividad, ha dado clases de equitación durante muchos años. Nuestro encuentro con esta talentosa mujer, dejó al descubierto la fisonomía de una de las mujeres más destacadas en lo referente a estas destrezas ecuestres.

Lía, ¿cuándo comenzaste a sentir que tu pasión era el polo?

-Mi pasión por el polo empezó desde muy chica, de la mano de mi padre. Él jugó toda su vida, fue amateur, y llego a tener 6 goles de handicap, viajó por el mundo jugando algunos de los torneos más prestigiosos que aún hoy existen, como la Copa de Oro y de la Reina de Inglaterra, Deauville, Sotogrande, entre otros. Lo primero que me transmitió fue el amor por los caballos y a partir de ahí, empezamos a trabajar en la equitación y el manejo del caballo, su especialidad. Cuando comencé a dominar al animal, vino el taco, el pegarle a la bocha, el swing y demás. Ahí fue justamente cuando me pareció un deporte fascinante y muy completo, pegarle a una pelota, arriba de un caballo y hacer jugadas en equipo. Algo espectacular.

Indudablemente has heredado de tu padre el amor por este deporte…

Definitivamente heredé este amor de papá. Si bien mamá fue y es una mujer muy de campo, no tiene afinidad con los caballos. Está claro que esta herencia es paterna. Mi relación con papá siempre fue muy especial, él era mi ídolo, mi héroe, y los mejores días eran al lado de él, yendo al campo, abriéndole tranqueras, charlando, acompañándolo.

¿Cuáles fueron los primeros tropiezos de tu carrera?

-No sé si tropiezos es la palabra, pero si tuve que tomar decisiones de muy chica, lo cual fue difícil. Hoy puedo decir que tuve suerte y todo salió bien, pero podría haber ido por otro camino. Lo que más me marcó en mi adolescencia fue el hecho de tener que decidir qué hacer al terminar el colegio. ¿Estudiar como era la obligación en casa? ¿Pero qué quedaba de esa pasión que llevaba yo, distinta a mis hermanas, que me tiraba tanto y me costaba imaginarme abandonándola? Entonces fue a los diecisiete cuando les propuse a mis papás que me dieran uno a dos años de plazo, para ver si podía hacer algo con el polo. Claramente, viéndolo hoy con treinta y tres años, fue una locura. En ese entonces, era tal la responsabilidad que asumí desde el momento que les pedí ese tiempo, que todo lo que hacía era en esa dirección. Yo tenía que demostrarles que podía lograr que me inviten a jugar, que alguien me eligiera para integrar su equipo y así empezaran a llegar los primeros viajes y propuestas. No fue nada fácil y me llevó casi dos años lograr que sonara el teléfono, que llegaran los primeros mails, los primeros sponsors, pero funcionó. Definitivamente fue una de las decisiones más difíciles que tomé en mi vida. Siempre me quedó pendiente estudiar una carrera universitaria y hoy aconsejo a mis alumnas y amigas, estudiar además de jugar, creo que hoy es mucho más fácil hacer las dos cosas.

¿Es muy difícil insertarse siendo mujer?

-Debo reconocer que fue un deporte exclusivamente de hombres, y que si bien hoy siguen siendo mayoría los jugadores de polo, somos muchísimas las mujeres que en los últimos diez años estamos jugando. Realmente es impresionante. Y no lo digo solo por Argentina, es un fenómeno mundial. Tal vez una moda, tal vez fuimos marcando tendencia las más grandes, no lo sé, pero sí sé que viví esa transición en persona y la sigo viviendo hoy. Gracias a papá fue muy fácil insertarme en este ambiente algo machista aún. No recuerdo grandes inconvenientes o malos momentos por diferencia de género la verdad. Siempre estuve convencida que me gustaba este deporte y nada iba a detenerme, estaba tan segura y aún lo estoy de que así como los hombres lo juegan y se divierten tanto, las mujeres también tenemos el derecho a hacerlo. No es más que eso. 

¿Cuál ha sido tu mayor logro hasta el momento?

-Mi mayor logro como polista, fue haber sido la primer y única mujer en ganar el Abierto del Jockey Club en 2016, con el equipo “El Paso Polo Ranch”, club de polo de mi tío José Luis Salvo, junto a Adolfo Cambiaso, Juan Martín Nero y Pablo Mac Donough. Fue algo único e irrepetible, que ni siquiera jamás había imaginado. Espectacular! Pero, hace cuatro años se empezó a organizar el Abierto Argentino de polo Femenino, con finales en Palermo el mismo día que la final de los hombres y haber ganado los últimos dos, 2019 y 2020 con el equipo que armé hace cuatro años, es sin dudas, otro de mis mayores logros.

¿De todos tus campeonatos cuáles han sido los que te han gratificado más?

-Ganar el primer Abierto de mujeres  en 2019 con mi equipo El Overo. Como dije antes, el Abierto se organiza desde 2017, fue el primero, y los dos primeros años los perdimos, el chukker suplementario o en el último chukker, y eso fue muy duro mentalmente para las cuatro. Ganábamos afuera todos los torneos,  cada una individualmente era impresionante, y dos veces se nos escapó esa final. Muy frustrante. Entonces después de dos derrotas, y de haberla pasado tan mal, poder ganar la final y por una buena diferencia de goles, fue muy gratificante y logró una gran  unión en el equipo, y un sistema de juego que es nuestra mayor virtud hoy.

¿Has tenido maestros en tu deporte?

-Sí, claro. En este deporte como en todos, necesitas dar con un buen profesor, alguien que te guíe, que te corrija, un ojo crítico con criterio para formarte y mejorarte. Tuve mucha suerte de tener de profesor a mi papá. Profesor full time. Pero a medida que viajo, y conozco gente, tomo muchas críticas constructivas de varias personas que se han tomado su tiempo para decirte algo, como por ejemplo, Cacho Merlos, Daniel González, Eduardo Amaya y una persona muy especial, que es un gran profesor, y que cada vez que voy a Tailandia o el viene a la Argentina, no dudo en tomar todas las clases que puedo con él, es Rege Ludwig.

 

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