A lo largo de más de dos décadas de carrera profesional, Manu Ginóbili logró hazañas inimaginables para un basquetbolista argentino. Pensar en que un jugador nacido en esta parte del mundo podía obtener cuatro anillos de campeón en la NBA y llevar al seleccionado nacional a ganar una medalla dorada en los Juegos Olímpicos, no era más que una utopía. Pero el apasionado bahiense superó hasta sus sueños más ambiciosos, cambió la historia de su deporte y se convirtió en leyenda.
Un sueño inmenso pero muy lejano
Como todos los adolescentes fanáticos del básquet, en la década de 1990, Manu Ginóbili tenía un póster de Michael Jordan en su habitación. Era su ídolo máximo, sin embargo, por entonces, jugar en la NBA no estaba en los planes del bahiense, simplemente porque parecía algo literalmente inalcanzable: ningún argentino había desembarcado en la mejor liga del mundo. En este marco jovial, Manu Ginóbili, que trataba de no perderse ningún partido de Jordan y sus emblemáticos “Chicago Bulls”, aspiraba a triunfar en la competencia argentina. Pero faltó muy poco hasta que su progreso deportivo le fue haciendo notar que realmente daba para mucho más. Tal es así que en 1995 disputó su primera temporada en la Liga Nacional jugando para Andino de La Rioja y fue elegido “Jugador Revelación”. Antes había iniciado su camino en Bahiense del Norte, el club de su ciudad que presidió su adorado papá, del cual había heredado sin lugar a dudas el amor por el deporte. Pero por entonces, el responsable de llevarlo a la institución riojana, el “Andino Sport Club”, fue Oscar “Huevo” Sánchez, un reconocido entrenador que tuvo la dura tarea de convencer a Raquel, la madre de Manu, de que su hijo tenía aptitudes sobresalientes.
Lo cierto es que su madre no quería otro hijo basquetbolista, atado a viajes cansadores y sometido a eventuales lesiones. Raquel soñaba con un egresado universitario, pero lo cierto es que la pasión de Manu y la insistencia de su entrenador, pudieron mucho más: así la familia Ginóbili se subió a su Fiat Regatta para desandar los más de mil trescientos kilómetros que separan a su amada Bahía Blanca de La Rioja; eran días de mucha alegría en el corazón. Sin embargo, cuentan los pasajeros de aquel viaje, que Raquel, con todo su amor maternal, dedicó varias horas del trayecto a tratar de persuadir a Manu de rechazar la propuesta del Andino Sport Club. Pero no tuvo éxito, la convicción de su hijo pudo más, quizás la pasión de nuestro protagonista marcó su destino para siempre y el debut de Manu en la Liga Nacional, se produjo el 29 de septiembre de 1995, a sus diáfanos dieciocho años. Y ese mismo día nacería la leyenda…
De allí en más, se fueron desarrollando todos los sueños de este joven entusiasta que abrazó este deporte con honestidad y mucha perseverancia. De este modo, su testimonio directo brindado a nuestra editorial, se trasluce en estas valiosas palabras. Manu Ginóbili, un hacedor de una impecable carrera deportiva, un verdadero orgullo argentino.
Manu, ¿cuándo comenzaste a sentir el amor por este deporte?
-Desde muy chico. Mis dos hermanos mayores lo practicaban y mi papá era dirigente en Bahiense del Norte, el club en el que nos formamos. Todo ese contexto produjo que rápidamente me vinculara con el básquet. Iba todos los días al club. Pasaba tardes enteras.
¿Cuáles fueron los primeros logros que te han dado la certeza que este deporte era tu verdadera pasión?
-No hubo un logro puntual. Como decía en la anterior respuesta, hubo una atmósfera familiar que me impulsó. En mi casa se hablaba de básquet todo el día. Con mis hermanos vivíamos compitiendo entre nosotros. Pero no es que profundicé mi pasión a partir de un título o una actuación personal destacada, de hecho, tardé muchos años en obtener mi primer campeonato.
¿Cuáles han sido los obstáculos con que has tropezado a lo largo de tu carrera?
-Muchísimos. La estatura fue el primero: me desesperaba no poder dar el estirón. Era muy flaquito también. Entonces temía no poder llegar al profesionalismo. Más tarde, pasé por una etapa en la que no había manera de salir campeón con mi club. Nunca pude ganar nada con Bahiense del Norte. Pero bueno, pienso que los obstáculos son parte de la vida del deportista. Ayudan a mejorar y a crecer. Siempre tomé ese tema de la misma manera.
¿Cómo te definirían en pocas palabras tanto a nivel personal, como profesional?
-Soy una persona simple, que tuvo la suerte de poder dedicarse a lo que le gustaba y trascender. Me reconforta más que se me recuerde como un competidor honesto, respetuoso y leal, a leer elogios tal vez desmedidos sobre mi carrera.
¿Cómo es un día tuyo hoy en la cotidianidad y cómo lo ha sido en plena actividad?
-Bueno, cuando estaba en actividad los días eran muy diferentes. Para empezar, porque viajaba mucho con el equipo. En la NBA el calendario de partidos es abultado y durante los diez meses de temporada, se dan muchísimos momentos en los que uno no está en la ciudad. Más allá de este punto, durante mis primeros años, las jornadas de partido eran sagradas en cuando a siestas y horarios. Con el paso del tiempo, y el nacimiento de mis tres hijos, fui flexibilizando esa rutina. Hoy mis días son muy tranquilos. Trato de dormir bien y de pasar tiempo con mi familia como prioridad absoluta. Practico un poco de tenis o ando en bici, pero no mucho más.
¿Qué te enoja y qué te alegra? ¿Qué logros recordás con mayor alegría?
-No hay muchas cosas que me enojen, no soy de enojarme fácil. Me alegra el crecimiento de mis hijos, los momentos compartidos, viajar. De mi época de jugador, recuerdo con alegría cada título y también muchos momentos vividos con mis compañeros de Selección Argentina.
¿Si pudieras volver atrás, que no harías o sí realizarías?
- Haría lo mismo, sospecho.
¿Sentís mucha nostalgia por la vida que has dejado atrás o te completa tu cotidianidad familiar?
-Cero nostalgias. Estoy muy contento con mi vida actual, disfrutando de una nueva rutina, muchísimo más relajada. Pude desconectar por completo cuando me retiré.
¿Cómo está compuesta tu familia? ¿Cuáles son los sueños futuros para tus hijos?
-Mi familia está compuesta por Marianela, mi mujer, con quien estoy casado desde 2004, y mis hijos Dante, Nicola y Luca. Lo único que deseo es que ellos crezcan sanos y sean felices en el camino que decidan emprender.
Poco después de haber anunciado su retiro, Emanuel David Ginóbili actualizó su perfil en la red social Twitter y escribió: “Ahora soy jubilado en mis cuarenta…”. Empezaba así a transitar una nueva vida, lejos de las canchas pero más cerca que nunca de sus afectos, esos que muchas veces se vieron relegados por las exigencias de la actividad deportiva.
Aunque se encontraba en buena forma física, mostraba un gran nivel basquetbolístico para un atleta de su edad y los fanáticos le rogaban que siguiera jugando, Manu ya sabía que había entregado todo lo que tenía para dar y obtenido mucho más de lo que alguna vez soñó, solo hay que repasar su excepcional trayectoria para confirmarlo: en el deporte argentino, hay un antes y un después de este hombre que nació el 28 de julio de 1977 en la ciudad de Bahía Blanca.
Espíritu competitivo
La competitividad fue el rasgo que marcó la carrera de Manu Ginóbili. Nunca se conformó con su talento natural, sino que se dedicó a entrenar y a desarrollar todo aquello que le permitiría ser mejor y superar a sus rivales. Ya desde chico, el hijo de Raquel y de su padre apodado “Yuyo” supo fijarse objetivos para avanzar sin pausa hasta conseguirlos.
Por cuestiones generacionales, Manu creció viendo cómo sus hermanos Sebastián y Leandro ya jugaban en la Liga Nacional de Básquetbol. Alcanzarlos a ellos, por lo tanto, fue su primera motivación.
Sin embargo, el menor de los Ginóbili no estaba predestinado a brillar. Cuando era chico no sobresalía demasiado y muchos de sus compañeros explotaron físicamente antes que él. A diferencia de otros genios que deslumbran desde niños, lo suyo fue paso a paso.
En la adolescencia, Manu luchó contra su propio cuerpo. El estirón no se producía y por eso acudió tanto a un pediatra como a un bioquímico para solicitar ayuda. “Yuyo”, su padre, contó que Manu se medía casi todos los días y hacía una raya en la pared, ansioso por saber su crecimiento. Preocupado, el incipiente basquetbolista cambió su dieta para sumar proteínas hasta que la naturaleza hizo su parte. Aunque un especialista había indicado a sus progenitores que no mediría más de 1,85 metros, con el paso de los años llegó a 1,98.
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