Construir un espacio, una vida y transitar la niñez en estado de armonía, es un proceso que comienza desde la conciencia de cada uno de los miembros del sistema teniendo en cuenta varios aspectos. Vivir en un estado de armonía no implica el no conflicto y de la inexistencia de dificultades o problemas. Esta es la capacidad, como lo explico todo el tiempo a mis pacientes, de resolver los problemas en el menor tiempo posible o saber soportar el tiempo del proceso resolutivo de situaciones que tenemos que atravesar.
La resolución eficaz de una problemática nos permite salir del conflicto con nuestras herramientas emocionales e intelectuales para poder actuar, y la consecuencia resolutiva se transforma en un aprendizaje que nos lleva a evolucionar. Volcar este aprendizaje en nuestros hijos es todo un desafío. No podemos pretender una niñez sin conflictos, en ella se pone en juego la capacidad de adquirir las herramientas necesarias para adaptarnos a la vida y en cada situación vivida; es un proceso de aprendizaje. Una niñez sin conflictos crea un adulto sin capacidad resolutiva. El niño en cada situación que vive busca una respuesta a través de la mirada o la palabra del adulto y en la aprobación o desaprobación, se construyen las reglas que le van a permitir su inserción y adaptación social, como así también el orden a sus impulsos y necesidades.
Françoise Dolto, médica pediatra psicoanalista, destaca la importancia que tiene la palabra en la construcción de la estructura emocional del individuo. En el espejo que genera el vínculo parental filial con el niño se comienza la construcción, a través del amor y de la capacidad que tenemos los seres humanos de proyectarnos en torno a nuestras expectativas, idealizaciones y vivencias. El deseo que se va a construir, es lo que caracteriza la especificidad e individualidad dentro de lo humano, en un sentido propio, en donde se organiza toda la experiencia en la relación con el otro, dándole paso a la formación de su autonomía como sujeto. En este juego dentro de la trama vincular, la autora resalta “no hay niños agresivos, hay niños agredidos”, es una puja con sostener el reconocimiento de otro y el lugar de lo propio.
Cuando un niño se golpea o entra en conflicto con un par, un padre no debe apropiarse de la situación, ni sufrir por su hijo. El adulto está para poner esa palabra que da una respuesta sabia a ese dolor o al conflicto, porque contiene la palabra que encuadra y contextualiza la situación y que crea un aprendizaje que lo instrumenta en la vida. Él necesita jugar e interactuar con sus pares porque es el camino hacia la construcción del límite, las reglas y los valores sociales y culturales para el desarrollo de su capacidad de adaptación e inserción social.
Cuando les enseñamos a nuestros hijos a discernir entre lo correcto y lo incorrecto, es fundamental no emplear términos dentro del abstracto, como por ejemplo “portate bien”, “tenés que ser un niño bueno”, “no seas un niño malo”, porque su capacidad madurativa no está preparada para comprender el concepto desde lo abstracto. Ser claros y concisos, permite que pueda dimensionar lo que el adulto le está expresando; como también no es recomendable expresarnos con trueques “Si te portás bien, te voy a regalar”. “Si hacés esto bien, te voy a comprar”. “Si hacés esto, te voy a permitir”. Debe aprender que existen reglas, y que éstas expresadas, comprendidas y consensuadas, le permiten entrar en el encuadre de juego que se establece en los vínculos relacionales. Y si hay una prohibición o un castigo, no debe ser exagerado ni desmedido; el límite debe ser claro.
Tenemos que tener en cuenta que un niño se expresa desde su impulsividad y torpeza motriz, por eso tenemos que ser muy cuidadosos cuando lo definimos como violento. Su comportamiento posesivo está dentro del ciclo en el que se considera único y el otro aparece como un rival. Este se expresa con el cuerpo cuando se siente agredido porque no se puede expresar desde la palabra, al no poder discernir la emoción y comprender que le está sucediendo. Frente a estas situaciones el enojo del adulto debe ser claro, no violento. El comprender lo que sucede fortalece su estructura emocional, por lo tanto, encontrar una respuesta que él no puede construir desde lo deductivo, porque madurativamente aún no está preparado. Mira todo el tiempo al adulto, y de acuerdo a lo que expresa va a dimensionar la situación vivida.
Hoy estamos viviendo una etapa en donde los padres son protagonistas y con una participación muy directa en la crianza de los niños, hasta el punto tal que la escolaridad continúa en el hogar. Aprender a respetar los espacios individuales dentro del núcleo familiar no es tarea simple sobre la crianza compartida de un hijo. Los roles en el sistema familiar son complementarios y las características del género hacen que cada uno viva su función dentro de su libertad de Ser. Frente a la crianza cada uno de los progenitores tiene que dejar una parte de sí para priorizar las necesidades del niño. Esto conlleva que al involucrar a un hijo en nuestra intimidad individual sus progenitores hacen una proyección de las expectativas que se tiene de la vida sobre un hijo en forma exacerbada. Tenemos que ser muy cuidadosos y estar atentos a estos detalles, porque se corre el riesgo de transformar a un hijo en un Sujeto sin palabra, cuando los padres hablan por él porque ellos saben qué le está pasando o el vínculo se transforma en proveedor para que tenga todas las necesidades cubiertas.
A los hijos hay que hablarlos por su nombre y respetar sus limitaciones. Volcar sobre ellos las frustraciones del adulto de lo que carga en la vida por lo que no pudo ser, es limitar su individualidad. No hay niños genios, son formas distintas de expresarse, destrezas que cada uno en una particularidad conlleva, debemos ser conscientes que tenemos que permitir que se exprese como niño. No le podemos exigir que sea un crack, o que sobresalga siendo el mejor, porque no sabe diferenciar, solo interpreta la frustración o la complacencia del adulto. Cuando se lo ve jugar y se lo arenga con gritos, no se le permite divertirse, por el contrario, es cargar las ansiedades y las expectativas de la frustración del adulto. A los hijos se los habla por su nombre y no por seudónimos. Estas palabras definen y expresan lo que el adulto pretende y que se proyectan sobre el niño, enajenándolo de quien es. La proyección de los padres en los hijos en un contexto de exigencias violenta y traumatiza generando una marca en el ciclo de evolución del niño.
Autor: Ps. José Zulatto